martes, 9 de noviembre de 2010

La tierra de los muertos

El perfume inundaba toda la habitación.
Indómito, inescapable,
como lo certero de una verdadera mentira
y lo inmanente del caos,
el recuerdo de lo que ya no es.
Miré hacia el techo
y sentí las nubes arremolinarse en lo alto,
infinitas escaleras arriba.
Pude percibir los rayos batirse contra la tierra,
tambores de guerra del cambio que se avecina.
Se acerca una tormenta,
ya no duermo cuando hay tormentas.
Salí a la calle y pise algo entre las cenizas.

Era una flor violeta.

G.

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