Era como un camión golpeando las puertas del cielo incesantemente. Los golpes resonaban como piedras en un estanque, alcanzando los mas recónditos niveles de la consciencia. Latía un pulso electromagnético hacia el kundalini, levantando el cuerpo desde los genitales hacia el próximo estado de la secuencia. Espiralado, despertaba nociones enigmáticas, preguntas que exigían respuestas. Preguntas que se repetían infinitamente en una iteración-nudo de la mente. Como siempre, sonaban truenos en la lejanía. Ourboros, anillos secuenciales, sellos mas antiguos que la historia, los sospechosos de siempre resonando, delimitando el patrón. Como siempre, esa sensación de que algo estaba a punto de comenzar. Como siempre, esa sensación de que algo estaba a punto de cambiar/terminar/florecer/estallar. El apocalipsis mismo, sucediendo frente a nosotros. Y, como siempre, esa sensación de que esa sensación siempre había estado ahí. Información encapsulada en una zona de tiempoautónomo. La mente se borraba y se reescribía en código trinario. Asomaba el sol (como siempre) y (como siempre) la realidad se partió en ese momento. Nos miramos, sabiendo que ese trino, no menos ni mas real que otra cosa, provenía directamente de esa reestructuración trinaria de nuestros patrones. Así y todo nos miramos. Y nos regocijamos de la vastedad que nos rodeaba, pues en El Suceder uno se encuentra rodeado del universo y si hay algo que se puede decir sin lugar a dudas del universo, es que es vasto.
Pasaron algunas horas, el sol ya dominaba completamente el cielo. Detrás nuestro, la ciudad se alzaba como la rabieta de un dios aniñado a quien le negaron un capricho. Delante nuestro, el pantano, colmando todo el espacio visible, lleno de vida. Pasaron unos pastores de humanos y ese fue nuestro pie para retirarnos. Teníamos un largo viaje que emprender.
(como siempre), te saludo desde este lado de la secuencia.
Vibraciones e intensidad.
G.
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